La educación en Colombia, aunque es reconocida como un derecho inherente a todo ser humano, se ha definido más por ser un servicio y un privilegio al que solamente cierto porcentaje de la población puede acceder. Esta situación se vuelve especialmente restrictiva cuando hablamos de la educación superior y, de manera mucho más específica, de los estudios de posgrado. Y, al referimos esta problemática, no hablamos única y exclusivamente de una condición económica que impide el acceso y el goce efectivo del derecho a la educación, sino de una serie de factores que van sumando a la brecha entre quienes pueden educarse y quienes deben aplazar su formación por atender asuntos más urgentes del día a día.
La Fundación Juan Pablo Gutierrez Cáceres, entendiendo que no todos los colombianos cuentan con las mismas oportunidades de continuar sus estudios, además de edificarse sobre el principio de que toda formación debe contribuir a la construcción de un mejor país, ha brindado un apoyo invaluable a cientos de jóvenes quienes, como yo, tenemos la convicción de que el cambio social es posible en Colombia siempre y cuando se cuente con los conocimientos y las herramientas prácticas para llevar a cabo dicho proyecto.
Por lo anterior, agradezco profundamente a la Fundación por depositar su fe en mí al momento de elegirme como una de las becarias, pues, de no ser por el apoyo brindado, seguramente hubiera tardado años en contar con los recursos económicos necesarios para educarme como magistra y, adicionalmente, no hubiera podido centrarme completamente en mi formación, pues aunque es posible estudiar y trabajar, muchas veces se antepone lo laboral que lo educativo.
La Maestría en Estudios de Paz y Resolución de Conflictos de la Pontificia Universidad Javeriana, me ha transformado tanto como profesional como persona. Aprender que la construcción de paz ocurre desde la acción de cada uno de nosotros, quienes con diversas capacidades, vamos contribuyendo a desmantelar las violencias que se expresan en nuestra vida cotidiana y a reemplazarlas por formas más colaborativas y pacíficas, es comprometerse individual y socialmente con la transformación social de nuestro país.
Así, dediqué estos dos años de estudio a trabajar con y para la población privada de la libertad de La Picota, ya que al ser uno de los epicentros en que se agudiza y reproduce la violencia, es necesario formular y aplicar un nuevo paradigma de resocialización a través de la humanización. Esta labor, que no distó de ser compleja y retadora, me ha hecho entender que la educación es el medio y el instrumento más poderoso con el que cuenta el ser humano para transformarse a sí mismo, incitar cambios en los demás, y mocionar en su entorno condiciones para una mejor calidad de vida. Este trabajo lo dedico con especial cariño a la Fundación, pues no solamente es el resultado de mi formación como magistra, sino de los internos de La Picota que decidieron creer en la construcción de paz en un escenario tan improbable como lo es la cárcel, y a la Organización social y cultural PazÓsfera por permitirme conocer la deplorable situación que se vive en estos escenarios de encierro y ver que es posible construir el cambio incluso cuando la senda es demasiado sinuosa.
Finalmente, me gustaría enunciar que esta victoria también es el resultado del apoyo y acompañamiento constante y desinteresado, primeramente de mis padres, Martha y Mario, y de toda mi familia en general, quienes con sus acciones y palabras siempre me han motivado a seguir mis sueños y cumplirlos.
Espero que hoy en día, que ejerzo como servidora pública, mi formación me permita seguir construyendo país y que, igualmente, la Fundación continúe aportando a la formación de ciudadanos comprometidos con la misma misión.
Muchas gracias.
Espero que estas palabras permitan dar a conocer mi experiencia con la Fundación.
Un abrazo,
Alejandra
Alejandra Paola Sabogal Riveros
Maestría en Estudios de Paz y Resolución de Conflictos
Pontificia Universidad Javeriana